La ofensiva del capital y la crítica

La ofensiva del capital y la crítica
Antonio Elías y Julio C. Gambina

La economía mundial atraviesa una encrucijada de transformaciones profundas, desplegadas a partir de la crisis del 2007/09 y agravada con la pandemia desde inicio del 2020 y la guerra en Europa desde febrero 2022.

El proceso de producción y circulación contemporáneo enfatiza la apropiación de réditos (ganancias + renta) por la vía de la expansión de las “rentas”, en un marco de creciente especulación, limitando la capacidad productiva de excedente, agudizando los problemas sociales, con desigual distribución del ingreso y la riqueza, propiciando una elevada concentración de la riqueza y la consecuente extensión de la pobreza.

La novedad en la coyuntura deviene de la renovada alza de precios, con inflación preocupante luego de décadas de control inflacionario. La tendencia al estancamiento de la economía resulta agravada con las restrictivas políticas monetarias y de alza de la tasa de interés, anunciando una progresiva tendencia a la recesión económica global. En rigor, se viven tiempos de cambios profundos, en la relación social laboral y sus mecanismos de explotación; como en el ámbito estatal, modificando la funcionalidad del Estado capitalista para favorecer, aún más, el objetivo de la ganancia y la acumulación, militarización y ampliación del delito económico y la violencia; tanto como las relaciones internacionales y el propio orden económico global.

Todo confluye en un cuadro de persistente crisis que trasciende la economía y se proyecta sobre variados ámbitos, sociales, políticos y culturales, constituyendo una integralidad que afecta a la sociedad en su conjunto y a la propia naturaleza, amenazada por el cambio climático y el carácter depredador del modelo productivo capitalista. Se trata de un tiempo de reflexión y acción sobre rumbos alternativos al orden económico y social.

La crisis capitalista del 2007/09 más el COVID y la guerra en Europa explican la pobreza y las grandes desigualdades caracterizan al Mundo. Existe una mayor explotación de la fuerza de trabajo y saqueo sobre los bienes comunes de la humanidad.

De acuerdo con OXFAM, en 2019, de los 7.500 millones de personas que habitamos el planeta, más de la mitad se encontraban en la pobreza. Una pobreza que ha estado in crescendo desde que el imperialismo comenzó a instaurar su faceta más salvaje, el neoliberalismo. Desde 1995, el 1 % más rico ha acaparado cerca de 20 veces más riqueza global que la mitad más pobre de la humanidad.

La causa determinante de la pobreza es la desigualdad propia de un sistema capitalista basado en la explotación. “La pandemia ha provocado un fuerte incremento de la pobreza en todo el mundo. Actualmente, las estimaciones indican que hay 163 millones de personas más que viven con menos de 5,50 dólares al día que antes de la pandemia. El hambre mata, como mínimo, a 2,1 millones de personas al año. La riqueza de una pequeña élite de 2755 milmillonarios ha crecido más durante la pandemia de COVID-19 que, en los últimos 14 años, que ya había sido una época de bonanza económica para ellos”. (OXFAM, Las desigualdades matan, enero 2022). El 1 % más rico de la población se apropia de más del 80% de la producción mundial, que es generada por los trabajadores.

No solo las grandes desigualdades han sido visibilizadas en pandemia, también ha quedado en evidencia el fracaso del capitalismo reflejado en sistemas de salud que por sus características basadas en una concepción mercantilista y luego de años de privatización de los servicios, no han logrado contener la propagación del virus y especialmente las muertes.

Para contextualizar la situación es conveniente considerar la evolución de la economía mundial y continental. En el marco de una ofensiva de larga data, del capital contra los avances de los trabajadores, para someterlos y aumentar los niveles de explotación, se produce la pandemia de COVID-19. La sobrexplotación y la pandemia empeoraron las condiciones de vida en todo el mundo generando la peor recesión desde la II Guerra Mundial.

Millones de personas caen en la pobreza extrema, los impactos son particularmente profundos en los países que dependen del comercio internacional, el turismo, las exportaciones de productos básicos y el financiamiento externo.

Uno de los cambios principales que apareja esta ofensiva del capital, profundizada por la pandemia, es la búsqueda de nuevas formas de acumulación que implican aumento de la explotación de la clase trabajadora. A esto se suma la innovación tecnológica reconfigurando así las condiciones económicas y políticas de dominación.

La ofensiva del capital es de larga data. En América Latina se han llevado adelante por medio de las dictaduras militares en los 70 para “defender la seguridad nacional”, las políticas del Consenso de Washington en los 90, las reformas institucionales del Banco Mundial a fines de los 90 y en este siglo los golpes “blandos” contra Honduras, Paraguay, Brasil y Bolivia, así como, la agudización de los inhumanos bloqueos económicos contra Cuba y Venezuela.

Procesos electorales en la región y el papel limitado del “progresismo”

Los resultados electorales en América del Sur, muestran que se está produciendo una alternancia entre gobiernos neoliberales y gobiernos denominados “progresistas”.

En Brasil y Uruguay la derecha desplazó del gobierno a los progresistas. En Argentina, en Bolivia y en Honduras, se venció electoralmente a las derechas. En México, Perú y Chile la derecha fue desplazada por el progresismo.

No puede desconocerse, sin embargo, que los nuevos gobiernos “progresistas” distan bastante ideológicamente de la impronta de cambios revolucionarios de las fuerzas políticas que accedieron al gobierno realizando profundas reformas constitucionales y expropiando propiedades y beneficios de empresas transnacionales, como son los casos de Bolivia, Venezuela y Ecuador.

Es así que en varios países de la región retornaron las políticas ultra neoliberales de ajuste estructural e híper austeridad de la mano de gobiernos de derecha asociados a políticos de origen militar tales como Jair Bolsonaro en Brasil y el Gral. (R) Guido Manini Ríos en Uruguay.

Hay que decir que, más allá de errores y aciertos, los gobiernos progresistas han sido y son notoriamente más beneficiosos para los intereses populares, lo que no implica de manera alguna que impulsen un programa de cambios estructurales que confronte con el capital.

¿Cuál es el significado del progresismo pensado desde una óptica anticapitalista y pensado en el contexto actual?

El progresismo, mayoritariamente, se maneja en el marco de la institucionalidad capitalista y no se propone trascenderla. En los pocos casos que ha pretendido hacerlo ha tenido fuertes agresiones internas y externas.

Para muchos el progresismo es el horizonte insuperable de este tiempo. Asumir ese criterio es renunciar a la lucha anticapitalista, porque sin un horizonte socialista, la lucha ideológica se limita a las diferencias distributivas en el marco del sistema capitalista.

El problema del progresismo es la debilidad ideológica de su proyecto: una cosa es explicar a la sociedad que “se toman medidas que sirven para acumular hacia un proyecto anticapitalista, un proyecto de cambio de fondo”, y otra cosa es sostener “se toman medidas contra el neoliberalismo para mejorar las condiciones de vida de la sociedad, reduciendo la desigualdad entre el capital y el trabajo”.

Los objetivos de avanzar en la justicia social y de atender las necesidades de la población son muy válidos, pero si no tiene un discurso y una estrategia que lo trascienda con el objetivo de alcanzar una sociedad sin explotados y explotadores, es simplemente -en términos del pasado- reformismo socialdemócrata.

¿Esos gobiernos son mejores que los gobiernos neoliberales? Por supuesto que sí, en el corto plazo, pero si se piensa en el mediano y largo plazo es muy insuficiente.

Porque no se puede olvidar que hay una diferencia muy grande entre lograr el gobierno y lograr el poder. ¿Por qué? Porque el gobierno da acceso a la administración de determinados instrumentos institucionales, pero acceder al gobierno no significa tener el control de los poderes fácticos.

Sin poder no hay cambio de sistema y, más aún, si no se trabaja en la creación de conciencia, organización y dirección para llegar a un cambio de sociedad. Si eso no sucede, en los próximos años, décadas, va a predominar la alternancia en el gobierno, de neoliberales y de progresistas, de gobiernos que asumen plenamente los intereses del capital y de gobiernos que impulsan la conciliación de clases.

Obviamente muchos van a preferir esto último, antes de que se pierdan derechos y aumente la explotación, pero todos también deberían tener claro que en el mediano y largo plazo eso sólo lleva a la consolidación capitalista.

¿Y por qué consolidación capitalista? Porque ya en los procesos electorales tenemos una cantidad de limitaciones fortísimas, medios de difusión, recursos, etcétera. Pero, cuando a pesar de todos esos obstáculos se tiene acceso al gobierno, aparecen las otras medidas, que son: las destituciones de presidentes haciendo un manejo arbitrario de la ley; los golpes de estado utilizando las fuerzas de seguridad alegando el mantenimiento del orden y la defensa del país; las agresiones imperialistas, tales como medidas económicas, bloqueos, acoso militar y, también, intervenciones militares directas o inducidas.

En esencia cualquier proceso que tenga un contenido estratégico de proceso de cambio tiene que definirse claramente, lo cual no quiere decir tomar medidas que las correlaciones de fuerzas no permitan.

Definirse desde el principio y formar a sus militantes en un proyecto socialista de superación del capitalismo. No parece que haya otra solución. El problema se produce cuando, para captar inversión extranjera y/o para triunfar en disputas electorales se deja de lado el discurso de la izquierda y se asume el discurso que favorece al capital. Lo que se ha visto, en muchos lugares, es que el avance del progresismo en medidas de justicia social va acompañado de un retroceso ideológico muy importante en la sociedad en su conjunto.

Sobran casos, en los cuales figuras relevantes en fuerzas que se definen como progresistas, en gobiernos que se comportan como progresistas que toman posición pública contra los sistemas políticos y económicos de Cuba y Venezuela y contra sus gobernantes. Esto se acentúa fuertemente en las campañas electorales cuando salen descaradamente a buscar votos en el centro del espectro político.

Esto no quiere de ninguna manera negar que, en todos los sistemas y gobiernos existen errores y desaciertos múltiples. Mucho más aún, sí estos países soportan bloqueos y agresiones económicas y militares de todo tipo.

Etapa de resistencia y acumulación de fuerzas

El movimiento popular está en una etapa de resistencia. Continúa y se profundiza la ofensiva del capital a nivel mundial cruenta, dura y sin límites. El gobierno de Joe Biden, desde inicios del 2021, no significó una modificación significativa en los objetivos, aunque haya cambios en las formas y en los instrumentos. Las políticas imperialistas de intervenciones militares, directas o inducidas, en el mundo continúan. En nuestro continente se profundizaron, a pesar de la pandemia, los bloqueos y las agresiones de todo tipo contra Cuba y Venezuela.

La derrota electoral de Trump no nos puede hacer ignorar que, en la última década, en los Estados Unidos, se ha producido un avance muy significativo de la ultraderecha, nacionalista, racista, totalmente contrario a los intereses de cualquier país o grupo de países que no reconozcan el derecho de Estados Unidos a tomar el gobierno y el poder en el mundo. Pero lo terrible, lo más importante es que esas posiciones son apoyadas básicamente por los trabajadores blancos norteamericanos y, no tanto por a clase dominante con la que, incluso, tiene muchas diferencias. El proceso antiglobalización que impulsó Trump no tiene nada que ver con sectores importantísimos del empresariado norteamericano, tiene que ver con decirles a sus trabajadores connacionales que les va a devolver su empleo, que les va a regresar el orgullo de ser ciudadanos del país más importante y poderoso del mundo.

El avance de la ultraderecha en Estados Unidos, se extiende también en los procesos, entre otros, de Gran Bretaña, Austria, España, India y Brasil, donde la ultraderecha capta a los trabajadores. No es un tema menor, es un mensaje que muestra las limitaciones que tiene la social democracia y la izquierda anticapitalista en la lucha ideológica.

Si vemos la situación desde el punto de vista de los intereses de las clases explotadas, de la clase trabajadora del campo y la ciudad, de un proyecto anticapitalista, de una salida diferente, en el cual el mundo no sea luchar simplemente porque tener mejores condiciones de vida dentro del sistema de explotación capitalista, se ha retrocedido muchísimo.

La pandemia genera una enorme inestabilidad y favorece, a su vez, mecanismos de control muy importantes sobre la sociedad. Hace más dificultoso los procesos de lucha, y en el caso de los trabajadores todo este proceso de teletrabajo y aislamiento que se puede perpetuar también lleva a limitaciones para el proceso de cambio. Los procesos de digitalización son aprovechados para reducir la cantidad de trabajadores socialmente necesarios y abaratar el costo de la fuerza de trabajo. Las empresas transnacionales aprovechan al máximo el trabajo remoto en sus cadenas de valor y los trabajadores pierden los sistemas de seguridad social tradicionales y el contacto con los sindicatos se reduce sustancialmente.

La situación es muy compleja, parece ser el peor momento para la izquierda revolucionaria desde la implosión de la Unión Soviética. Se podrá sostener lo contrario, fundamentando que la alianza entre China y Rusia son un freno al imperialismo y que están apoyando a Venezuela y Cuba. Pero no se puede ignorar que los gobiernos rusos, desde la disolución de la Unión Soviética, asumieron el capitalismo como sistema. Por su parte, China participa en el comercio mundial con la misma lógica de los países capitalistas, tratando de desplazar a Estados Unidos y buscando reservas de materias primas para sostener y acrecentar su desarrollo productivo. El aumento del comercio y de las inversiones chinas y rusas, no permitirá que se supere el patrón exportador basado fundamentalmente en unos pocos productos primarios, como ha señalado la teoría marxista de la dependencia.

La acumulación creciente del capital conlleva la acumulación creciente de problemas sin solución dentro del sistema, la desigualdad creciente, el deterioro del medio ambiente, el descuido de los sistemas de salud y educación, la polarización dentro de la sociedad. Estos problemas tienen vías de solución saliendo de la lógica capitalista que transforma todo lo necesario para la vida en una mercancía, que busca que todo acto vital produzca beneficio, que evoluciona basado en la maximización de las ganancias y en la competencia.

Como se puede observar la ofensiva del capital contra el trabajo es un proceso de larga data que se intensifica. El sistema capitalista aumenta la base de explotación, buscando que todo acto humano de trabajo, manual o intelectual, mercantil o no mercantil, asalariado o independiente, urbano o rural produzca un beneficio. Para superar esta situación es imprescindible que los trabajadores, considerados en sentido amplio, sean el sujeto principal y fundamental de los procesos de resistencia y cambio que nos permitan avanzar hacia una sociedad sin explotados ni explotadores.

Lo que pretendemos demostrar es que este relato que intentamos está asociado a una iniciativa política cultural, de base económica, construida desde la crisis de los 70 del siglo pasado, con origen en el Sur de América, más precisamente desde septiembre de 1973, próximos a cumplir medio siglo.

Una iniciativa propiciada por el poder global y extendida a toda la geografía mundial desde la restauración liberalizadora de los años ochenta del siglo pasado, que habría encontrado sus límites en los últimos años de la segunda década del Siglo XXI, muy especialmente ante la evidencia de dificultades en el proceso de valorización de capitales evidenciado en 2007/09, incluso desde la crisis estadounidense del 2001.

Desde allí, pueden pensarse las guerras comerciales, monetarias e incluso militares de nuestro tiempo, tanto como las búsquedas de nuevas hegemonías para la gestión del orden capitalista, expresadas, entre otras, en la disminución del poder relativo del dólar como moneda hegemónica del sistema mundial, un proceso con antecedentes en la inconvertibilidad del dólar de 1971, el desafío del euro a comienzos de este siglo, o más recientemente la incorporación del yuan integrando la valorización de los Derechos Especiales de Giro, los DEG, del FMI.

En ese marco es que debe considerarse la tendencia al “desorden” de un rumbo de liberalización, mundialización o globalización, sustentado como política hegemónica por la tríada del poder mundial: de las corporaciones transnacionales, de los principales Estados del capitalismo mundial y de los organismos internacionales y foros o ámbitos de articulación multilateral en desarrollo.

Un desorden promovido en la disputa por el control en la apropiación del excedente económico y que se define en la lucha económica, política, jurídica, cultural y militar.

Se trata de una situación que afecta a los pueblos del mundo, por lo que nos detuvimos en las consecuencias hacia una mayor desigualdad en la distribución del ingreso y de la riqueza. Pero también afecta a la naturaleza, evidenciado en las conclusiones sobre el cambio climático en los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas. Como sostiene John Bellamy Foster :

“…la emergencia planetaria no se limita al cambio climático…” “Tal como vamos la tierra en un futuro dejará de ser un hogar seguro para la humanidad.”

En conjunto, se trata de una situación que genera descontento e incluso desencanto en la capacidad de acción de la política, con elevadas incertidumbres sobre el presente y el futuro de la humanidad e incluso de la naturaleza ante el carácter destructivo y depredador del orden capitalista.

Ese descontento transformado en protesta y demandas por un mundo alternativo es lo que nos devuelve la fuerte iniciativa política de una dinámica social fragmentada, manifestada en luchas del movimiento obrero y popular en sus diferentes expresiones, las que recuperan una tradición histórica de confrontación entre el capital y el trabajo. Una tradición que hoy se manifiesta en una diversidad de luchas que aparecen como demandas específicas o sectoriales y que sin embargo tienen como base la confrontación con la lógica integral del capital.

Remitimos a las luchas de las mujeres y las diversidades y disidencias sexuales; de la juventud y una variedad de expresiones de colectivos sociales en defensa del medio ambiente y los bienes comunes, contra el saqueo y la depredación de la naturaleza por el capital; en contra del patriarcado y múltiples formas de discriminación y racismo que sustentan al capitalismo.

Se trata también de una nueva oleada de sindicalización de ámbitos hasta hace poco impensados, como los que resultan de la llamada economía del conocimiento o digital, asociada a las plataformas, reacias a la sindicalización de sus trabajadoras y trabajadores bajo regímenes de creciente flexibilización y precarización.

Expresión de lo que señalamos es la búsqueda en este Siglo XXI en Nuestra América, territorio del surgimiento del “neoliberalismo” como expresión concentrada de la economía y la política, pero muy especialmente de su “crítica” e intento de superación desde la emergencia de innumerables puebladas que hoy explicitan la demanda de cambio en variados países.

Más allá de cualquier certeza sobre el orden a construir, apuntamos a destacar la búsqueda de los pueblos por otro orden económico social posible, tal como sugería el movimiento popular mundial congregado en Porto alegre (Brasil) desde el 2001, lo que continúa siendo una asignatura pendiente y esperanza de los pueblos ante la crisis del orden mundial.

Finalmente, señalar que la economía mundial puede orientarse en la dinámica que sugiere la iniciativa liberalizadora del poder global concentrado y promoviendo una mayor desigualdad, aun a costa de la destrucción social y natural o transitar un rumbo de transformaciones profundas, solo concebible si se constituye una subjetividad consciente de un colectivo social que asuma la perspectiva de un nuevo orden mundial en contra y más allá del régimen del capital en crisis.

Bajo estas condiciones resulta imprescindible consolidar los esfuerzos de la SEPLA por articular lucha teórica y política del movimiento popular y la intelectualidad crítica para la revolución y un mundo sin explotación.

22/08/2022

Como forma de abrir el debate del PDC 2022, remitimos este análisis.

Los desafíos para los pueblos de Nuestra América en el peligroso curso de las crisis entreveradas son enormes y crece la dimensión política de la crisis en una multiplicación de la lucha de clases. Al tiempo que avanzan las crecientes resistencias populares y los gobiernos progresistas, se enfrentan las diversas agresiones de la guerra híbrida imperialista y los capitales monopolistas financieros locales que van de la multiplicada guerra judicial, tanto en ámbitos nacionales como internacionales, a la feroz ofensiva mediática y la creciente actividad fascistoide que en Argentina llegó al intento de asesinato de la vicepresidenta.

Las complejas expresiones de la crisis económica mundial, la insuficiente y deficiente inversión que lleva a tendencias recesivas que se entrelazan con la inflación, demandan su análisis desde la crítica de la economía política. La contención de la inversión privada, la creciente extranjerización desnacionalizadora, el peso de la deuda pública, tanto externa como interna, la debilidad de los recursos públicos y el grave desmantelamiento de las empresas estatales, el enorme deterioro de los servicios públicos de salud y educación, han agravado el empobrecimiento de la población y la precarización del trabajo y la extrema situación de las mujeres, los jóvenes y los niños.

Desde SEPLA tenemos que responder a estos desafíos, no solo contribuyendo a su análisis crítico; debemos estrechar nuestros lazos con los movimientos populares.